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jueves, 26 de octubre de 2017

BARRERAS

Ya me ha llamado mi madre. Son las diez menos veinte de la noche. No ha tardado doce horas porque, tanto mi hermana como ella, hayan estado ocupadas. Viven en la desocupación, es su medio natural.
La había telefoneado sobre las diez de la mañana, el tono se repitió más de seis veces. Finalmente, descolgó mi hermana, «Mamá está en el baño». Le he comentado que creía que no estaban en casa, que una vez más no descolgarían el teléfono. Se apresuró a defenderse, «Te hacía todavía de viaje». ¿Pensaba que estaba fuera y por eso ha descolgado?, decidí no comenzar la charla con suspicacias. Ha preguntado si era “urgente”. Y es que es importante para ellas saberlo porque reciben docenas de llamadas al día y, claro, tienen que filtrarlas. Le he explicado que Juanma pasaba por Sevilla el viernes y volvería el domingo, podrían viajar con él, pasaríamos juntos el fin de semana. Tienen coche, pero se les hace cuesta arriba desplazarse ya que su día a día, plagado de tareas agotadoras, dejan exhausta a mi hermana hasta para conducir. He omitido decirle que el sábado es mi cumpleaños. No sé si lo recordarán porque en sus cabezas bullen cientos de preocupaciones, tareas, obligaciones. Estupideces varias. Mi hermana es diplomática y aséptica, «Ah, vale, pues se lo digo, que te llame luego». No esperaba mayor entusiasmo, de entre las posibilidades existentes, esta, lacónica, tenía premio. El premio del aplazamiento, de pasar la bola, de lanzar la pelota a otro tejado.
En doce horas cualquiera hubiese tenido tiempo de tener respuesta a una inocente invitación. Cualquiera, pero no mi madre y mi hermana. 
Mi madre dice que como hoy es martes y hasta el viernes hay tiempo, me contestará en estos días.

FIN

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GERUNDEANDO

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