El día amaneció soleado, durante la mañana se había nublado. La obligó a acercar la butaca a la ventana para ver la labor. También desde ese punto podía ver la puerta del piso. Él dijo que llegaría a las doce. Echa un vistazo al reloj. Aún faltan veinte minutos para que se entrelacen las agujas. Vuelve la vista a las que tiene entre las manos. La malla de punto ha ido creciendo lenta y precisa bajo el impulso de las manos en las últimas cuarenta y ocho horas. Hábiles confluyen arriba y abajo con un ritmo que empalma el entrechocar de las agujas con el tic tac del reloj. Teje con rapidez ¬—las cruza por arriba, descruza, vuelve a cruzar— como si tuviera que acabar la prenda antes de que él llegue. En cierto momento se agarrotan las manos. Las frota, las sacude. Sudan impacientes, nerviosas. Vuelve la vista a las agujas, a la intersección, al cruce en equis de los puntiagudos palillos metálicos. ¿Es la punta lo bastante aguda para perforar alguna zona del cuerpo?, se pregunta mientras observa los centímetros que ha añadido a la malla. En la ingle, donde hay una arteria importante, razona. Pero, no. No va a darle la ocasión de desembarazarse de los pantalones. En el cuello, tal vez. Sí, el cuello. Una perforación certera. Que se desangre lentamente para que pueda explicarle antes de que muera que conoce exactamente cuándo y dónde esa mujer se interpuso. Él sabía la delgada línea que para ella separaba el amor del odio. Que comprenda antes de perder el conocimiento el cuidado que pone en todo lo que hace, en lo que decide hacer, y como ha construido una vida perfecta y como él, maldito bastardo, la ha deshecho porque encontró el cabo, la única fragilidad insalvable: la infidelidad. Las agujas del reloj se aproximan, pronto serán una sola línea sobre el mediodía. Se levanta de un salto. Mira por la ventana, lo verá acercarse, evitar la intersección, llegará al paso de cebra que se encuentra bajo la ventana, lo atravesará. Después sonará el timbre. Y ella mirará la malla tejida que tal vez podría convertir en una bufanda para él. Pero no es eso lo que quiere que suceda, no es lo que va a suceder. Cuando se halle ante la encrucijada, ¿abro o no abro?, abrirá. Luego lo dejará usar su llave, se acercará con las agujas en la mano como si fuera a besarlo.
Las ha dejado en el sillón al levantarse, los puntos se reparten en una y otra aguja, las sacude. La malla resbala, las libera.
Las ha dejado en el sillón al levantarse, los puntos se reparten en una y otra aguja, las sacude. La malla resbala, las libera.