La mano suave agarraba la mia. Mis piernecitas seguían sus
pasos por mañanas de jubilación, de sol potente y amapolas. Al iniciar la
subida aparecían destellos de raíles, olor a hollín y al poco notaba las
aristas del balasto a través de la suela. La mano me soltaba, era libre para saltar
sobre las traviesas. Él charlaba con un hombre que, cuando menos lo esperaba me gritaba, «Que viene, que viene». Se reía. Me protegía tras las
piernas del abuelo inútilmente. nada aparecía en el horizonte. Un día me armé de valor, «Quiero verlo». El abuelo me llevó a una
nave gigante donde aguardaba palpitante un humeante gusano tostado por el sol.
FIN