Fui a la iglesia. Subí al cielo del campanario. Solté la mano de la campana para sacudir la espalda del hombre gris. Cayó como un saco lleno de dolor, muerto. Tan estúpido. No supe si llorar o chillar. La guerra mataba hombres grises.
No había techo bajo el que cobijarse, ni suelo firme que pisar. Solo luz y espacio libre sin libertad.
Corrímos como hormigas fumigadas. Desvelamos nuestros ahorros a desconocidos y pagamos comida, agua, calor, sin lugar donde vivir: un agujero en la pared de una tienda vandalizada, un rincón entre escombros, un camión con una puerta íntegra, la caseta de un perro sin perro.
Solo puedo contar contigo: lastimoso miedo incrustado en mi cerebro, sacudido día y noche por espantos ruidosos, gritos y lágrimas. Solo tú compañero ruin, pegado a mi piel como un abrigo que solo otros pueden quitarme de encima, permaneces.
En recuerdo a las víctimas de guerra de una Europa vendida.