Solté la mano de la campana para sacudir la espalda del hombre gris. Cayó como un saco muerto en el barro. Tan estúpido. No supe si llorar o chillar. La guerra mataba hombres grises.
No había techo bajo el que cobijarse, ni suelo firme que pisar. Solo luz y espacio libre sin libertad.
Corríamos como hormigas fumigadas. Desvelamos nuestros ahorros, pagábamos con lo que teníamos a quien diera comida agua calor aun sin lugar para vivir.
Solo puedo contar contigo: lastimoso miedo incrustado en mi cerebro, sacudido día y noche por espantos ruidosos, gritos y lágrimas. Solo tú mi compañero ruin, pegado a mi piel como un abrigo que solo otros pueden quitarme de encima, permaneces.
En recuerdo a las víctimas de guerra de una Europa vendida.
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