La imagen del
portátil tiembla como sacudida por un momentáneo terremoto, el rostro de su
hermana se desdibuja. «Mierda con la tecnología», protesta Ana en tanto la imagen se recupera.
—¿No era para
mandarla al infierno? —lanza al rostro fraternal en cuanto revive la imagen.
—Pero Ana, ¡es tu
amiga! —responde su hermana levantando la vista de la plancha hacia el portátil
apoyado en la mesa.
—Yo soy más amiga
de ella que ella de mí. Esta semana le iba a caer una bronca del jefe, lo evité,
como lo oyes, había enviado un documento a un mail erróneo y la avisé. Y el
otro día se le atascó la fotocopiadora, menos mal que estaba cerca, hubiese
sido incapaz de solucionarlo sola. Pero vamos, eso se acabó.
—Estabas encantada
con ella. Te ha ayudado con el contrato de internet, el del alquiler, el del banco,
¿no?
—Hermana, tampoco
es para tanto. Llega alguien de tu país y qué otra cosa que ayudar a que se
instale, en fin, lo normal, digo yo. Que tampoco ha hecho milagros. Fíjate en
el apartamento, sí muy céntrico, muy bien de precio, mucha luz… Llevo aquí dos
meses y ¡toma!, avería en el baño, sin ducha tres meses por lo menos, ¡vamos
hombre! Que vale no tiene culpa, pero tía no me dejes tirada. Que lo siente, que no puede
decirme que vaya a su casa que ya le gustaría, pero el alquiler, el casero.
Bla, bla, bla... Una falsa, eso es lo que es. Mucho decir que me echa un cable
y mira. No sé cómo ha engatusado a Nico, de verdad, con lo estupendo que es el
tío, un pibón lo mires por donde lo
mires. Espera, tengo una foto por aquí. La mando.
—¡Vaya! Pues, sí.
Tú lo tienes bien agarradito por el brazo, bandida. ¿Ella es la que lo coge de
la mano?
—No vale nada, ¿a
qué no?
—Yo no diría
tanto.
—Puede dar el pego
maquillada, pero es sosa. Y de carácter..., ella dice que si parece distante es
por timidez, qué va, es que se lo tiene creído. Lo que le faltaba era el
ascenso a responsable de área. Se pasa el día metiendo las narices en todo,
menos mal que no está en mi departamento. La gente se siente incómoda, vigilada.
Vamos, que si no es por mí en la oficina estaría más sola que la una.
—Tengo que
dejarte, los niños van a llegar del cole.
—Siempre me tienes
que cortar.
—Ya, perdona,
entre semana es lo que hay. Llámame el viernes, Jorge los llevará al cine,
podremos hablar tranquilas y mucho rato.
—El viernes seguro
que salgo.
—¡Ay, hija, qué
envidia! Bueno, pues ya vemos cuándo. Un beso.
El azul del Skype
ocupa el lugar de su hermana. Suspira, habla a la pantalla como si tuviese
oídos. «Si ella
estuviese en otro país con un montón de problemas, lo menos que haría sería
escucharla. Dice que me envidia, pero seguro que nunca ha hablado a un
rectángulo de vidrio con el vago reflejo de la cara y nada más». El zumbido del
móvil la obliga a cambiar el punto de vista: el WhatsApp. Una frase interrumpe el fondo con la foto de sus padres,
su hermana y los niños: “Oye, aunque no puedas quedarte
en casa durante la obra…”. ¿Qué querrá esta ahora?, es lo primero que
piensa. Duda si terminar de leer, si lo hace, ella, su amiga, sabrá que lo ha
visto, esperará respuesta. Puede no responderle, sería como darle la espalda.
Entonces, decide tocar el símbolo verde, clicar en el nombre: Mamen.
“Oye, aunque no
puedas quedarte en casa durante la obra, a ducharte puedes venir siempre que
quieras, por supuesto. Creo que el otro día cuando lo hablamos no te lo ofrecí
claramente, pero cuenta con ello sin problema”.
“Estoy sobrepasada con el curro nuevo, a veces
repito las cosas que he dicho y otras me olvido de decirlas. Perdona si ha sido
tu caso.”
“Siento un montón
que te haya pasado esto y encima habiendo buscado el piso yo. Un beso,
guapi.”
La asalta un
sentimiento embarazoso, algo se conmueve en su interior, como si al corazón le
hubiesen salido alas enérgicas que cachetean las costillas y sacuden los
pulmones. Se siente incómoda con ese aleteo, por su culpa vislumbra un terreno
desconocido. Qué ha percibido durante
unos segundos, se pregunta. Ha perdido de vista las nubes que empañan el día a
día, la ha reconfortado la ola de calor que le ha inundado el pecho. Mamen la
ha arropado con un chal suave y ligero, ella se ha dejado envolver en el tibio
abrazo. Levanta la vista del mensaje, se despoja del chal. «¿Y ahora qué? No
puedo estar cambiando de opinión, pensarían que no sé relacionarme, que no soy
de fiar si hoy me llevo mal con una persona y mañana bien. ¿Y qué le diría a mi
hermana la próxima vez?».
“Gracias, no hace
falta, usaré las duchas del gimnasio”, teclea.
Lamenta no contestar como realmente le gustaría, mostrando toda la rabia que esconde por no hacer daño. Al hacerlo, Mamen, su hermana, el casero, o el albañil no aprecian
su esfuerzo por ser amable con todos ellos y así le va.
FIN
(premisas tema 2 del curso Escritura y Meditación)
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