Supongo
que a pesar de todo tengo suerte. "Aquello… o vagar por ahí", eso dijo mi vieja, que supo lo que era una cuchara
cumplidos los veinte. Solo que aquí hace frío. Hace frío hasta en agosto,
carajo. Este cemento es impermeable al sol, eso va a ser. Ni con la ventana de
la jaula abierta entra luz. Jaulas abiertas para parias encerrados. En cada
ventana un guripa. Cagoentó.
—¡Juanito!
¿No tendrás algo de lo que tú sabes?¿eh? Te lo pagaría a la semana que viene, que
mi hermana me trae repuesto.
Charli grita
desde el cuarto de abajo apurao
porque le falta “mierda”.
—Negativo,
Charli, no hay ná.
Lo que
si hay son ganas de irse. Lejos, carajo. El colega de arriba me está
fastidiando vivo, cagoentó.
—¡Oye!,
¡que no tires porquería! Me cae encima, tarao.
—Es novato, Juanito, aún no sabe quién manda. ¡Eh! Alerta. Inspección. Pasa aviso,
Juanito.
Fiiiii,
fiiiii.
―Ya
están aquí.
―¿Una
tanqueta?
―No, son
dos. Esta vez el jefe se ha traído escolta.
***
—¡Reportése,
guripa!
—Número
seis ocho cuatro, Juan Carballo, para servir a usted y a la Patria.
—
Descanso. ¿Qué sabes de la “mierda” que
corre por aquí? Y no me digas que nada porque ya me han contado quién la
reparte.
—Es lo
único que hago.
—¿Quién
te la entrega?
— A veces
el cabo Macías, a veces el soldado Cárter.
—No
esperaba tanta colaboración. Pensé que tendría que darte un empujoncito, pero
no eres muy valiente, ¿eh?
—Prefiero
la recompensa por soplón.
―Una buena
paliza puede llevarte al hospital. Afuera, ¿eh? Siempre lo mismo. Pero también
podemos dejar que te mueras aquí, guripa.
―No es
la muerte lo que da miedo.
Marusela Talbé.
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